viernes, 25 de enero de 2013

El fantasma y el párroco:

Este es mi primer cuento original. Está ambientado en un pueblo que existe en realidad, la bella villa de Gor, en el año 1899. Algunos personajes de la historia son personajes reales (por ejemplo, el narrador soy yo).


Era una de esas noches de finales de agosto en que la luna rielaba trémula entre las nubes y solo se escuchaban los grillos.  Sentado en el patio de la casa, conté las campanadas del reloj de la iglesia que cantaban las doce y me estremecí por efecto de una ráfaga de frío que en ese momento confundí con el fresco que solía aparecer en esas noches de finales de verano.  Siguiendo el familiar ritual, esperé a que el sonido de las campanadas se repitiera de nuevo, pero resultó en vano.  Esa noche comenzó una fantástica historia que por irreal no sé si contar;  pero os puedo asegurar que fue cierta, o eso creí … si es que los fantasmas, al igual que los vivos, no mienten en ocasiones.

Seguía esperando la repetición de las campanadas cuando empecé a vislumbrar una figura que se materializaba poco a poco a mi lado.  -Buenas noches- me dijo educadamente aquel señor incorpóreo que me recordaba a una película de los años 40, vestido con gabardina y sombrero hongo, quien me sonreía a la vez que limpiaba con parsimonia unas lentes redondas, mientras les soplaba un vaho que se cristalizaba en pedacitos de hielo sobre el cristal.

Tan pasmado estaba que no sabía si abrir la boca, salir corriendo o sentarme del susto. - Buenas noches caballerete, parece que los buenos modales se han perdido en este pueblo.-  Repitió mientras me miraba sonriente.  -Buenas noches-, acerté a responder mientras todo yo temblaba.  -  Me presentaré, -soy su tatarabuelo, y tengo una misión para usted-  he sabido de su afición a la literatura y me he decidido a hacerle un encargo:  quiero que escriba una serie de historias de este pueblo para que perduren en la memoria de las gentes.  Son historias verídicas o tal vez no tanto, dijo mientras me guiñaba el ojo, ...pero lo que le puedo asegurar es que no perderá el tiempo con ellas.
-La primera historia- prosiguió- ocurrió a finales del siglo XIX, en agosto de 1899. Entonces la casa del cura era un huerto, encima de un cementerio, viviendo el cura donde ahora está el mesón de la calle Ancha.
Proseguiré con la historia-me dijo.-Es la siguiente:
“El cura despidió a las beatas con las que había cenado esa noche y se fue a su dormitorio. Era un dormitorio antiguo, con vigas de roble y paredes de yeso. Había en la habitación una cama, un escritorio con una silla, un armario donde se guardaban las mantas para el invierno y una estantería con libros de teología, de enseñanza y alguna que otra novela.

Mientras el párroco escribía una carta al obispado pidiendo ayuda para construir un albergue para los pobres y un pequeño aumento de sueldo, se apareció un ser incorpóreo con bigote, quevedos y una capa antigua.  El párroco se metió bajo el escritorio, con el miedo que puede tener cualquiera que viese un fantasma.
-Tú nos plantaste- dijo el fantasma con voz tétrica.-Acompáñame.

El sacerdote cogió una de esas linternas antiguas, se puso las alpargatas y lo acompañó, yendo al huerto de detrás de la iglesia.
-Por tu culpa tenemos lechugas y zanahorias pegadas- dijo el fantasma.
-¿Qué puedo hacer yo?- preguntó el cura. -El huerto lo ha sembrado el sacristán.
- No sabemos- respondieron los fantasmas.- Pero la culpa es tuya.

El sacristán que vivía al lado del huerto, oyendo ruido, se acercó a prestar ayuda, pero los fantasmas les persiguieron por la plaza. Les ofrecí ayuda, y nos vimos los tres corriendo por la calle hierro y la calle de la iglesia. Por el ruido que hacían los fantasmas, unido a nuestros gritos de auxilio, se despertó medio pueblo, incluidos el alcalde y el alguacil.
-Alguacil, vaya a la casa cuartel y pida refuerzos- dijo el alcalde.- Que alguien me explique que narices ocurre aquí.
-Son fantasmas, que me amenazan porque planté un huerto encima de sus tumbas- dijo el párroco.
Aproveché para ir a casa y coger mi antiguo revólver de reglamento, pensando que podía ser útil, a la par que llegaban los civiles. Mientras tanto, el pregonero se había despertado y estaba en la plaza con el uniforme y la trompetilla.
-Se hace saber a los vecinos que vuelvan a sus casas, exceptuando al señor cura y al juez de paz.
-Vade retro, atrás.- Decía el párroco blandiendo una pesada cruz, que hacía retroceder a los fantasmas, a la par que el alcalde se alejaba, temeroso de que uno de los golpes le atinase a él por error. Yo estaba en el otro extremo de la plaza, con un bastón y una pistola.
El capitán de la guardia civil había llegado, ordenando a sus hombres disparar contra los fantasmas. Las balas de los máuser atravesaban los fantasmas, dando a las piedras de la plaza. Por eso, el capitán ordenó cargar a bayoneta. Los civiles hicieron retroceder a los fantasmas a golpes de culata y de bayoneta, mientras el pregonero emulaba al corneta del quinto de caballería.
De pronto, algunos de los guardias estaban atacando y golpeando los brotes, que caían separados de los fantasmas.
-Muchas gracias, señores civiles- dijeron los fantasmas educadamente, volviendo al cementerio.
No sé si la historia fue contada antes. Sin embargo, sé que el viejo huerto no se volvió a plantar, y que, a partir de entonces, algunos se aprovecharon de la experiencia y se disfrazaban de fantasmas cuando iban de busconas, haciendo que los vecinos atrancaran puertas y ventanas y evitando así ser descubiertos”.
Esta es la primera historia. Pronto podré revelar alguna más de aquellos viejos tiempos cuando los fantasmas eran temidos por todos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se ruega comentar su opinión al respecto de la historia. Los Spam y los comentarios troll no serán publicados.